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Un cuento de Navidad para los niños

11 dez 2011 às 18:02

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CUENTO EN ESPAÑOL ENVIADO ESPECIALMENTE PARA EL BLOG "BONDINHO" POR LA ESCRITORA MAGDA R.MARTIN QUE VIVE EN LA CIUDAD DE MADRID.

VOY A EXPLICAROS UN CUENTO...

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Érase que se era un día de Nochebuena...en el país de los cuentos donde todo puede suceder.

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En el roble más viejo del bosque, vivía una familia de ardillas que se preparaban para celebrar la festividad de la Navidad.

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Había nevado y hacía mucho, muuucho frío. El bosque estaba completamente blanco y vacío, nadie se atrevía a salir de casa y el humo de las chimeneas olía a mazapán y rosquillas. Todos se resguardaban en sus madrigueras preparando la cena de Nochebuena y los adornos de acebo y muérdago, lucían en puertas y ventanas. Pero no todo era felicidad en aquel bosque escondido en el país de los cuentos porque la familia de ardillas que vivía en el viejo roble, se encontraba muy triste.


Nos acercamos despacio, poquito a poco, para que nadie nos vea, y observamos lo que está sucediendo... ¿Estamos todos listos? Pues vamos allá. ¡Schhhh! ¡Silencio!..., empieza el cuento.

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EL REGALO DE LA ABUELA



-¡Tengo que hacer algo! ¡Tengo que hacer algo! ¡Tengo que hacer algo!- decía Simón, el hermano mayor de la familia de ardillas mientras daba vueltas a la castaña pilonga que tenía en su boca. Caminaba alrededor del roble viejo para evitar el frío porque con las prisas por salir se le había olvidado ponerse la chaqueta de lana que, aunque le quedaba ya un poco pequeña y estaba zurcida por los codos, era la única que tenía. Su mamá le había dicho que debía esperar un año más para poder comprarle una nueva pues como papá ardilla se había quedado sin trabajo, no había dinero suficiente para gastos extras, pero no creáis que este era el motivo de la precupación de la ardillita, no. A Simón no le importaba ir con la chaqueta remendada y un poco estrecha por eso le dijo a su mamá:

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-No te preocupes por mi chaqueta mamá, soy joven y fuerte, aguanto muy bien el frío… y no la necesito.


Pero la mamá de Simón sabía que eso no era verdad y le causaba mucha tristeza no poder comprarle una chaqueta nueva a su hijito que, cada día, crecía más.

Como hemos dicho antes, era el 24 de Diciembre, había nevado y Simón caminaba dando saltitos para no congelarse los pies. Aunque presumía de no tener frío, la verdad es que aquel día era de esos que te dejan la nariz como un tomate y las orejas como dos carámbanos y para abrigarse un poco más, dio una vuelta a la bufanda que llevaba alrededor del cuello, ajustó los pantalones de cuadros, se abrochó el chaleco hasta arriba y con las manos en los bolsillo, siguió dando vueltas y mas vueltas a la espera de que se encendiera en su cabeza la lucecita de las ideas maravillosas. No podía consentir que aquellas fueran unas Navidades tristes. Lo pensó cuando, aquella mañana, mientras observaba a su mamá que batía la masa para hacer las rosquillas de Navidad, vio como temblaba en el borde de sus pestañas una lágrima parecida a una gotita de agua que, al desprenderse, fue a parar al cuenco donde se encontraban los huevos, la mantequilla, la harina y el limón.

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La ardillita Simón, no comprendía porque la mamá estaba tan triste, todo era bonito en Navidad y aunque no tenían mucho dinero porque papá no tenía trabajo, estaban juntos, los tres hermanos, papá y mamá; tenían calor en la casa y no les faltaba lo necesario aunque sabía que tampoco eran los más ricos del bosque, pero en el momento en el que la mamá ardilla doña Pucuca, dejó el cuenco de la masa sobre la encimera de la cocina para limpiarse la nariz y los ojos, fue cuando se acordó de que eran las primeras Navidades en las que la abuela no estaba presente. Se había marchado para siempre al verde y tranquilo cielo lleno de pinos y nogales donde las ardillas descansaban eternamente.



Y allí estaba Simón, en el camino junto al roble, intentando averiguar qué podía hacer para que nadie sintiera tristeza por la ausencia de la abuela.

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De pronto tuvo una idea que le pareció genial, pero debía de ser una sorpresa. En silencio volvió a entrar en la casa. Comenzó a tararear un villancico para disimular y sin que nadie lo viera, subió hasta la buhardilla donde comenzó a rebuscar entre los trastos viejos allí guardados. Le costó un poco de trabajo preparar las cosas pero cuando vio finalizada su obra, se sintió satisfecho. Lo observó todo con atención, metió las manos en los bolsillos del pantalón, silbó el principio de su villancico preferido y salió de la buhardilla disimuladamente.


Entre unas cosas y otras llegó la noche. ¡mmm…! Olía a sopa de almendras y a rosquillas recién horneadas y aunque a la mamá ardilla le costaba mucho ocultar su tristeza, cenaron todos con alegría aun sabiendo que aquel año no habría regalos pues quien siempre se encargaba de entregar los paquetes atados con cintas de colores era la abuela y con su ausencia, ya no los encontrarían cerca de la chimenea. Aquel fue un momento muy triste y la mamá no pudo evitar el llanto mientras decía:

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-¡Echo tanto de menos a la abuela! ¡Ella ya no está con nosotros ni lo estará nunca más!!- repetía secándose los ojos con aquel pañuelo grande adornado de líneas azules.

El papá la estrechó en silencio entre sus brazos para consolarla sin saber qué decir mientras Sebastián y Norberto, los dos hermanos pequeños, escondían la cara detrás de sus manos para evitar las lágrimas. Entonces fue el momento oportuno. Simón se encaramó en una silla y dijo con voz fuerte y alegre:


-¡Ea…! ¡Nada de lágrimas! ¿Qué es eso de que la abuela ya no está con nosotros? Ella estará siempre a nuestro lado, sobre todo en Navidad. Venid conmigo- Y diciendo esto se encaminó hacia la buhardilla. Cuando todos, extrañados, se reunieron frente a la puerta, Simón la abrió y apareció ante ellos aquel trabajo realizado a escondidas que los dejó maravillados.




Sobre una mesa algo desvencijada, se encontraba un cuadro con un retrato de la abuela adornado con espumillón de diferentes colores y alrededor de él, unos paquetes atados con cintas de colores, presentaban el nombre de cada uno de los miembros de la familia. Muy sorprendidos, comenzaron a soltar las cintas y al abrirlos se quedaron perplejos. ¡Eran los regalos de la abuela de otras Navidades pasadas! Sólo se oyeron palabras de admiración pero Simón vio también como se mezclaban las lágrimas con las sonrisas.


La mamá recibió aquel bolso tan bonito de hacía unos cuantos años al que ya le faltaba un asa. El papá unas zapatillas de fieltro de dos años atrás que estaban agujereadas, Sebastián una bufanda deshilachada tejida por la abuela el año que comenzó el colegio y Norberto, un gorro que ahora le quedaba pequeño, regalo de Navidad de hacía no se sabía cuánto tiempo... Entonces se oyó la voz de Simón que los dejó a todos en silencio:


-¿Lo veis? La abuela siempre estará con nosotros. Sólo tenemos que recordarla. Acordarnos del amor con que nos entregó esos regalos como si fueran un nuevo presente. Así, ella nunca nos abandonará.


Todos aprobaron sus palabras y Don Tomás, el papá ardilla, cogió el cuadro con la fotografía de la abuela, lo bajó al comedor y lo colgó en la pared para que presidiera la estancia y nadie pudiera olvidar su compañía. Cuando ya todos volvían a sentarse a la mesa para terminar de comer las rosquillas de nueces, ardillita Simón, vio cerca de la chimenea un paquete que llevaba su nombre. Sorprendido, miró a sus papás para buscar una explicación, pero cada uno seguía admirando los antiguos regalos de la abuela como si fueran nuevos. Simón, muy extrañado, abrió su paquete y en él encontró una chaqueta de lana… ¡completamente nueva! y prendida en ella, una nota decía: "Para mi nieto preferido. De su abuela"


No dijo nada. Se la puso en silencio. Era suave y calentita y le quedaba justo a su medida. A sus oídos llegaron las campanadas de las iglesias cercanas. Eran las doce de la noche. La hora en que nació Jesús. De pronto, se encontró con la mirada de su mamá que le preguntaba:


-¡Vaya! ¿De dónde has sacado esa chaqueta tan bonita?


Simón no respondió, miró a su madre y sólo vio que en la punta de las pestañas, volvía a estar prendida una gotita de agua parecida a una perla de cristal que resbaló por la mejilla y fue a perderse entre sus labios.


Y colorín colorado…, este cuento se ha acabado.



¡¡¡FELIZ NAVIDAAAAD¡¡¡


FELIZ NATAL!!!


MAGDA R. MARTÍN (Escribe con el seudónimo de Abuela Xanino).


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