Silencia el trueno amordazado en el árido desierto,
la noche macilenta
aprisionada por las violentas gárgolas del rencor, arquea.
Noche que alimenta sombras,
matriz de espectros
que deambulan por la árida tierra
de los muertos.
Noche disfrazada de efigie de proa
naufraga en angustiados alfabetos.
(El abismal relato de Juan Rulfo penetra en los oídos
y en el alma,
mientras falanges descarnadas excavan remembranzas.)
Nada se mueve en lontananza.
Nada se mueve en esa noche sin estrellas.
Noche de niños muertos
enterrados en cajones blancos con arabescos.
Noche deshabitada – sin esperanzas, muerta,
casi un contorno de casas en penumbra,
las puertas aúllan y agrietan lúgubres sombras.
Sucumbe, verticalmente, la noche e impulsa el viento
que arremete contra ese pueblo polvoriento y olvidado,
trancado entre paredes de espectros y de traumas.
Pedro Páramo acecha nuestros pasos
con sus ojos crueles nos transforma en monolitos de piedra
y quedamos como estatuas avasalladas, inertes,
en el árido desierto de Comala.
Isabel Furini (de livro de poemas inédito).